26.8.08

pensá

Hoy fue un día largo. La falta de sueño me está matando. Recibí un par de llamadas extrañas. Yo digo afecto, otro dice "tanteo de terreno". Ahora no me preocupo, ando ocupado y no hay tiempo pa'pensá. Algunos confunden los símbolos patrios con ídolos violadores de credos. Hay ropa en la lavandería que algún día debo recoger. La pasividad me extraña... unos se cuestionan por la falta de expresión. Hay cuentas por pagar y dinero esperado.

Una llama e insiste. Cuelgo todas las veces de adrede. Otra comparte tempo virtual. Unos profesan amor y consumen. Profesar es sólo un consuelo, pero caliente y mentiroso, me animo con él. En la calle una mujer con anchas pernas opta por llamar la atención y en la casa, sus piernas parecen delgadas, tanto que n ella se las miraría. Se repiten versos y a nadie en verdad le importa.

25.8.08

Palo... 18 años.

Tengo una reseña sobre "la Milagrosa" que quiero arreglar y subir al blog. Tendrá que esperar. Primero, una foto del sábado pasado que me gustó mucho, por todas las implicaciones que yo le he dado.



Por alguna extraña razón me parece que se ve simplemente hermosa (con la cara de idiota, mirando a Jose, su novio). el resto le tocará verlas a Manuela en Facebook.

18.8.08

Adieu

El día demostró que no se puede dar nada por sentado. En el aeropuerto, cada persona jugó su papel, inevitable, pero contrario al que yo, recién llegado, creí que jugarían. La mayor se comportó de manera seria y me clavo, una a una, todas sus incisivas pero sensatas palabras. La menor fue dulce como no podría haberlo imaginado; me llevó un chocolate para aplacar la pena y como de costumbre (cuando algo me conmueve) lo guardaré y lo dejaré en un lugar visible a mi cotidianidad, acto de la memoria sobre una pureza que olvidamos y que allí está. La otra, no si se menor o mayor que la anteriormente llamada menor, calló. Los dos hombres tienen sus años encima. El más viejo actúo como el padre que demuestra ser, serio y profundo, un abrazo corto y firme, diciendo en voz baja lo que alguien debía decirme y todos callaron. El otro hombre, un poco menor, amigable como nunca lo había sido, me ofreció un corto transporte que me permitió pensar y llover un par de minutos.

Caminaba después de la despedida por un barrio que lleva nombre de tristeza y nostalgia, eso que ella había manifestado los días previos a hoy. De ella no me he olvidado y la mencionará más adelante. Decía que caminaba y bocanada tras bocanada tentaba el cáncer que se que vendrá, tarde pero seguro a matarme. Llovía lentamente y sólo pude pensar en la cantidad de promesas prometidas y en la abundante tristeza de mi primer adiós. En casa todo volvía a la normalidad a la que no me he acostumbrado... todo en su sitio, pocas cosas en el piso, el orden me impactaba, el desorden me hacía ya falta. El inventario es simple de llevar a cabo: cuatro fotos colocadas estratégicamente, un oso de peluche mirándome con ansiedad, dos botellas de agua a medio tomar, dos almohadas que no me pertenecen, una pijama sucia que huele a ella y a mi, una caja que no se puede abrir y un clóset que guarda todo lo que no se pudo llevar.

Pero debo volver a ella. Los días previos fueron un desastre. Llanto tras llanto asumió su partir. Las palabras circularon, fueron promesas, fueron de amor, fueron un grito desesperado frente a la resignación de hacer lo que se debe hacer: vivir la vida por uno y no por otro. Hoy consiguió guardar la cordura y lloró poco. La despedida fue uno de esos momentos que el cine vende como momentos de climax, sólo que sin el climax. No había música conmovedora de fondo y por el contrario sonaban los llantos de otras despedidas. Me abrazó fuerte y yo no tanto por el miedo a romperla, su fragilidad me encanta. Me dijo varias veces que me amaba y yo concedí ese amor con mi cabeza. Le susurré un par de cosas mientras los ojos rojos se encontraban a la distancia de dos narices unidas que no desean separarse. Se marchó. Miró varias veces para atrás porque sabía que mi mirada la esperaba, para hacerle un guiño. También sabía que mi cuerpo torpe iba a intentar subir una manita y que mi cuerpo entero temblaría cada vez que me mirara. Tras tres miradas desapareció.

Y volví a casa. Solo. Todo se hace pequeño sin su presencia. Ella agrandaba mis espacios, con su felicidad, su ternura, su insaciable forma de tocarme, con los regaños por ser tan putamente cansón con todo. Su presencia hizo de este cuarto una fortaleza de almohadas y ropa regada en el suelo. Ella cambió todo lo que conozco sin tener la mínima intención de hacerlo. Ahora tengo ganas de hacer trampa y de abrir la caja, pero no puedo, por alguna extraña razón es la única pareja que he tenido a quien le hago caso sin siquiera preguntar. Ella me mantiene recto, me arregla y cose como los botones que no cosió, de la camisa que le rompí por el deseo de comerme su carne, centímetro a centímetro, como lo hicimos por siete meses.

Si tuviera solo algo por decir, por sentir, sería la gratitud por permitirme sacar lo mejor de mí, que nadie conoce y por lo que en últimas, nunca antes nadie se preocupó. Chao pues.