8.1.11
Fin.
20.7.10
Yo también tuve 200 años y un corazón vagabundo
Bicentenario es la celebración de doscientos años que han trascurrido, desde que algo en particular sucedió. Cuando hablamos del Bicentenario de la Independencia de Colombia, no hablamos de algo, para nada particular y muy por el contrario, hacemos referencia a una suma de cosas que hicieron parte del proceso que nos llevó a configurarnos como República. República de Colombia.
Lo anterior implica que ya nos hemos desposeído de una serie de creencias, como que la Independencia de Colombia se reduzca a unos criollos alborotadores que fueron a pedirle “algo” a un tipo Llorente, lo provocaron, le armaron tropel y bueno, terminaron firmando un acta contra el Virrey, pero ofreciendo pleitesía al Rey, en Santa Fe, el 20 de julio de 1810. O también, de creer en el espacio y el tiempo míticos en los que ocurrió la Independencia: no ocurrió en toda la nación, ni tampoco comenzó o terminó en 1810, ni comenzó o terminó en 1819.
La forma en que miramos el pasado ha cambiado. Esa, es una afirmación válida para cualquier presente. Ahora, cuando celebramos el natalicio o la muerte de alguien, escudriñamos un poco en el pasado y luego, hacemos preguntas desde el presente, o analizamos desde las herramientas actuales, o aplicamos cualquier serie de “cosas” del presente a ese pasado.
(Nota: Sobre todo, lo que viene en adelante tiene un propósito meramente divulgativo y no el entablar discusiones académicas. Pido disculpas al académico que se cruce con éstas y se vea, tristemente, enojado.)
Porque celebrar la Independencia hoy, 200 años después, no es hablar de la Independencia, sino por el contrario, utilizarlo como excusa para mostrar el hoy, el en qué vamos, nuestras metas prospectivas (y la razón me la da el discurso que se lee, hoy desde las 7 am, como acto protocolario para abrir la urna del Centenario. Ejemplo: hablan del Compes del Metro). Es pensar la historia con nuestra mirada atada (inevitablemente) al presente. Si todo esto se me concede, quisiera decir dos cosas:
- Estimado lector, ¿qué está celebrando usted de este Bicentenario?, ¿qué es eso que tanto le interesa hoy, que además, lo obliga a pensarlo históricamente?
- Cuando yo pienso en el Bicentenario, pienso en la pobreza. Me la imagino diferente a la nuestra, pero existente. Comienzo a mirar rápidamente en mi cabeza cómo pasa el tiempo, las ciudades crecen, inauguran acueductos, colegios, prostíbulos y todo se va volviendo algo como es hoy. Así, yo lo pienso como algo reducido y fracasado: el Bicentenario no, la República.
Pero tal vez me distraje en una versión innecesaria y poco común de la celebración: cuando se reflexiona sobre eso que celebramos. Porque la verdad, es que la celebración en sí suele ser algo mucho más alegre. Los unos tendrán almuerzos o cenas con comida típicamente colombiana, otros harán actos simbólicos, marcharán, se reunirán a conspirar o a buscarle solución a tanto conflicto, algunos ni siquiera pensarán en el Bicentenario. Sin embargo, porque soy una de esas personas que la carga ira a la República de Colombia, pero que también, deseo dedicarle mi vida, pienso celebrarla agripado en el hogar materno, escuchando canciones que me hacen pensarla… porque la llevo adentro, por eso, “Me llevarás en ti” de Jorge Villamil:
Me llevaras en ti, como las sombras,
que tienen en la tarde los ocasos;
Como llevan las rosas sus espinas
como los sufrimientos llevan llantos.
Me llevaras en ti aunque no quieras,
aunque pasen los días y los años,
aunque para olvidarme me maldigas hasta el final,
nunca podrás negar que me has querido;
Tampoco has de negar que te haga falta
jamás podrás borrarme de tu vida;
Porque me llevaras, unido a tu recuerdo
como la luz del sol, como el agua y el viento,
porque me llevarás, unido a tu recuerdo.